El primer día de esta vida

Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había dos maneras con las que me podía enfrentar a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa. Elegí esta última.

MARTIN LUTHER KING

 

– Bien Ana, vamos a dar un vuelco a tu vida. Vamos a arrasar con todo lo planificado, con todo lo que creías dentro de lo posible, vamos a ver qué tal te desenvuelves, tú puedes. ¿De acuerdo?

– …

*****

21 de abril de 2008, he dejado a los niños en el colegio y me dirijo al trabajo.

Se hace un poco tarde y hoy tengo la agenda a explotar.

Respiración entrecortada y presión en el pecho como durante los últimos meses, y esa tos…

¡Vaya! He dejado atrás la salida de la rotonda que me habría de llevar a Madrid y en su lugar tomo la segunda salida, algo en mi interior me dice que esto es lo correcto.

Aparco frente al Centro de Salud.

Pero, ¿qué hago aquí? Ah, sí, ahora lo recuerdo.

Mientras desayunaban los niños he echado un vistazo a un papel del ayuntamiento en el que se nos anuncia a los vecinos que hay un nuevo facultativo médico en el pueblo.

Subconscientemente debo de haber tomado la decisión de inscribirme como paciente, a ver si este es mejor que el que me atendió la semana pasada.

Qué sorpresa, la persona que atiende tras el mostrador de atención al paciente es una vecina, una amiga.

– ¡Ana! No te había conocido, ¿estás bien? (…) Te veo rarísima.

– ¿Sí? bueno, no he dormido bien. Estoy cansada. Verás, he visto el anuncio del ayuntamiento. Me gustaría pedir una cita, si es que es posible venir por la tarde.

– Oye, ¿por qué no pasas ahora? En este momento no hay ningún paciente. Que te vea la doctora, de verdad que estás muy rara, tienes la cara hinchada.

– ¿La cara hinchada? y eso que no has visto su yugular.

– No, verás. Es que no puedo esperar, hoy tengo la agenda a explotar.

¡Inercia, inercia! intento recuperar el control y tomar cuanto antes la primera salida de esa rotonda que me devuelva a mi rutina.

La puerta se abre y una doctora con cara de ángel se acerca a mi amiga para comentarle algo, yo miro mi reloj y empiezo a recalcular mi agenda y a buscar mi teléfono móvil en el bolso cuando escucho que mi amiga está pidiendo a la doctora si podría verme un momento, aunque no tenga cita.

Pausa.

Punto de inflexión.

Ya chirrían las exclusas al abrirse, ya comienza a filtrarse el agua.

La doctora me mira y me hace un gesto amable para que entre en su consulta.

Yo comienzo a describir los síntomas por enésima vez: una tos seca y constante, presión en el pecho, cansancio, escalofríos… y busco en el rostro de la doctora algún matiz que delate sus pensamientos de… “tendrá ansiedad: Lexatín o de… otra hipocondríaca”.

Sin embargo, su rostro es sereno, noto que está procesando toda la información que le doy, y pausadamente comienza a formular preguntas que otros no me habían planteado.

Y después me dice:

– Desnúdese, por favor.

Y me explora.

Ya oigo rugir el agua, el movimiento de las moléculas que se van calentando con la vibración.

Y lo dice:

– Voy a pedir una ambulancia para que le lleve al hospital. Vamos a hacerle muchas pruebas. Por favor, llame a alguien que le acompañe. No sé cuánto tiempo va a estar en el hospital, pero es posible que tenga que pasar la noche.

BUM, BUM, BUM. Corazón que late más rápido.

Algo me dice que en las próximas horas va a cambiar el curso de mi vida.

A través de la cámara, hago un último esfuerzo por recuperar el control, por nadar contra corriente, trato desesperadamente de no caer en el remolino que me engulle hacia un lugar desconocido.

– Bueno, no va a ser necesaria una ambulancia, si tengo mi coche ahí fuera y puedo conducir perfectamente…

Y pienso:

¿No me habré excedido en la descripción de los síntomas?

Ella niega con la cabeza.

– Además, mi marido está de viaje y mis padres viven lejos. No tengo a quien llamar. Verá, si me puede extender los volantes de las pruebas para hacerlas esta semana…

Sonríe y niega con la cabeza.

Y subo sola a esa ambulancia.

La sirena de la ambulancia se oye como en un segundo plano cuando eres tú el que vas dentro.

Descubro un nuevo enfoque.

Todo se mueve en el interior: las cajas de apósitos, las jeringas, las mascarillas que cuelgan de los estantes, la camilla.

La ventanilla trasera está pintada con una capa blanca de pintura que no deja ver la carretera y juego a imaginarme por qué kilómetro de la carretera vamos.

El ruido, o quizás el ir sentada en sentido contrario a la marcha hace que parezca que vamos muy rápido.

Bien, razonemos: tengo que organizar la recogida del cole de los niños.

Giro la cabeza y puedo ver al conductor con el que he intercambiado unas palabras antes de subir.

Consigo abrir la ventanilla.

– Disculpe señor. ¿Podría apagar la sirena?

– NIIIIIIIIIIIIIII-NOOOOOOOOOOOOOOO-NIIIIIIIIIIIIIII-NOOOOOOOOOOOO

– ¿Cómo dice?

– Por favor, apague la sirena. Tengo que hacer unas llamadas y con tanto escándalo es imposible oír nada.

– Verá, el protocolo…

– Escuche, no quiero que nadie se alarme, será solo un momento.

Primera llamada a la mujer que nos ayuda en casa con los niños.

No hay problema, ella se ocupará de recogerlos y si no estoy de vuelta por la noche dormirá en casa.

– Que no le diga nada a mis padres si llaman – dejo caer.

Segunda llamada a mi homólogo en el trabajo, traspaso de las tareas que no se pueden posponer y cancelación de las reuniones del día. Gracias, gracias. Si, ya te llamaré más tarde.

Tercera llamada, y la más importante, a Dominique, mi marido, que acaba de aterrizar en Nairobi, donde se quedará una semana por razones de trabajo:

– Verás, esta mañana me he pasado por el Centro de Salud del pueblo.

– ¿Ah sí? ¿Estás bien?

– Hay una nueva doctora. Es excepcional, parece que escucha. Me ha pedido que vaya al hospital a hacerme unas pruebas.

– Muy bien cariño, así te quedarás tranquila, luego me llamas y me cuentas.

Pausa. Tensión. Y él pregunta:

– ¿Vas conduciendo tú?

Un momento, ¿es que él me ve a través de la cámara? pero, ¡¿quién ha escrito este guion?!

– Pues claro que conduzco yo. Luego te llamo. Un beso.

Y por fin e inesperadamente se abre la presa que contenía la tensión, y la arrolladora fuerza del agua me arrastra a mí y a todo a su paso.

Ya ha pasado lo peor, ya no puedo escapar, y todo este agua nunca volverá al lugar donde estaba contenida.

Ya solo queda dejarse llevar.

Llegada a urgencias, el tiempo y el espacio adquieren un cariz diferente. Silla de ruedas.

– No es necesario, de verdad.

Bedeles. Enfermeras. Doctores. Preguntas sin respuestas.

– Desnúdese y ponga todas sus pertenencias en esta bolsa.

En este plató hay muchos actores, muchas series, observo todo lo que sucede a mi alrededor con una curiosidad expectante, sin implicarme, como si no estuviera sucediendo realmente, como si no tuviera que ver conmigo, solo faltan las palomitas que no comería en el cine para no molestar.

Y además todos parecen conocer muy bien su papel.

Algunos yacen en camas y visten la misma batita lila que llevo yo, abierta por todas partes, mostrando la impune vulnerabilidad.

Otros actores se mueven de un lugar a otro, los que van más rápido van de azul, los que escriben cosas visten de blanco, los que empujan objetos van de amarillo.

Retazos de vidas que completo en mi imaginación.

Con gran alboroto entra en escena una mujer sostenida por brazos y piernas por agentes de policía, la mujer de la camilla de mi derecha me dice que es una presa, que viene de la cárcel.

La colocan a mi izquierda, ella insulta y grita, y patalea en la camilla tratando de huir.

Hablan de sobredosis de barbitúricos, los policías la sujetan para que no se quite la sonda ya insertada en su nariz por la que van saliendo poco a poco las pastillitas.

Observo la escena y con espanto veo cómo la mujer de la camilla de mi derecha no pierde ojo a la escena mientras devora el menú que nos han servido otros actores en la bandeja desplegable de nuestras camillas.

¿Cómo puede alguien comer ahora?

No se cuánto tiempo habrá pasado desde que llegué, en este lugar el tiempo y el espacio operan de formas desconocidas.

Me dispongo a buscar mi reloj en la enorme bolsa negra atada a la barra de la camilla donde están mis pertenencias de “esa otra dimensión” cuando otra chica llega en su sillita de ruedas llorando desconsoladamente, la acompaña una señora mayor en cuyo rostro se recogen todas las penas, que también llora.

Parecen habituales de por aquí porque un actor de bata blanca comenta con la mirada en el cielo: ¿Otra vez lo ha intentado? Y se disponen a administrarle el vomitivo y a preparar el edema.

Descanso.

Las aguas van rápidas y me llevan.

Yo soy un tubo de ensayo y soy también su contenido que parece fallar por todas partes.

Los doctores hablan entre ellos palabras sobre mí y entiendo palabras que me laceran como cuchillos: necrosis esto, necrosis lo otro….

Hay que hacer un TC y una eco doppler, trombosis yugular, venas trombosadas, adenopatías, lesiones nodulares pulmonares, engrosamiento pericárdico, tronco venoso braquiencefálico comprimido y sin flujo, masa mediastínica…

Miradas de soslayo.

Esto no va conmigo, yo sigo flotando sobre las aguas, me dejo llevar por la corriente.

Un doctor joven se acerca y me pide que le dé el teléfono de algún familiar.

– Cuánto interés, qué amable, pero verá es que mi marido está de viaje.

– Da igual, ¿no tiene usted padres?

Y yo me imagino la cara de mi madre al teléfono.

– Doctor, verá, yo no debería estar a aquí, he pasado el fin de semana celebrando la vida con unas amigas y esta mañana tengo mucho trabajo y no entiendo nada. Así que le pido – no, le exijo – que se me explique…

El miedo agarrota mi cuerpo y se me cierra la garganta.

– ¿Qué me está sucediendo? ¿Qué hago aquí? ¿Qué tengo?

Y por fin me engulle el remolino y me precipito vertiginosamente hacia su centro. Saco desesperada la mano para que alguien – o algo – la agarre, me ayude, pero las palabras que ya intuyo empujan mi cabeza hacia abajo.

– Lo que tienes, hija, es una putada.

Se mueve la boca, pero estoy sin habla. Y lo miro suplicante.

– Es cáncer, hija. Es Cáncer.

La, la, la. ¿Quién teme al lobo feroz? ¿Al Gran y Feroz Cáncer?

Tres, dos, uno, ¡CÁMARAS, ACCIÓN!

Venga, venga, entro en escena, al principio un poco confundida, me quedo inmóvil escuchando dos únicos ritmos: el vaivén de mi propia respiración y el latir de mi corazón.

Al menos sé que sigo viva.

Poco a poco empiezo a acostumbrarme a esta atmósfera mágica en la que solo existe un momento, el momento presente, y en la que soy al mismo tiempo la observadora y lo observado.

Se han parado los relojes, la luz es tenue y densa, y el tiempo y el espacio adquieren una dimensión relativa al ritmo de mi corazón y comprendo, desde ese lugar dentro de mí que sabe, que este instante es diferente a cualquier otro instante, y que mi vida está cambiando para siempre.

Analíticas, biopsias, anestesias, agujas, tubos, alimentación parenteral, aféresis, TAC, PET, neutropenias, citometrías, quimioterapia, trasplante de médula, radioterapia.

Y el amor, la espiritualidad, la exploración, el perdón, la gratitud, la humildad, la amistad, la maternidad, la conciencia plena, la oración, la unión, la respiración, la interiorización, la atención, el propósito, el servicio, la belleza, volver a los sentidos.

Y el silencio consciente.

ana arrabe eus3 mindfulness

Hoy hace más de 16 años de aquella primera puesta en escena y ya he salido de detrás de la cámara. Ahora soy protagonista, directora… y guionista.

Mi vida dio un vuelco y las aguas me transportaron a otros paisajes donde abundan espacios que ofrecen más espacio y paz interior.

Mi agenda es ligera.

Durante este intenso periodo de mi vida he comprendido la importancia de algunas cosas.

Cada día intento tenerlas en cuenta: vivir plenamente cada momento, no dejar pasar la vida mientras hago planes, enfrentarme a los problemas de uno en uno y no de tres en tres, detenerme a admirar el brezo en flor y la hoja que se desprende del árbol en otoño, no aplazar lo importante, callar para escuchar, escuchar para aprender, hacer lo que pueda con lo que tenga allí donde esté.

La práctica de la conciencia plena me ayuda enormemente a vivir de esta manera, a tomar consciencia de mi existencia y de mi misión, a conectarme con el fluir de la vida aquí y ahora, a no poner en riesgo la paz del presente preocupándome por el incierto futuro y a dejar atrás los recuerdos del pasado cuando duelen para centrarme en ese lugar sagrado que es mi propio Ser.

Mindfulness me ayuda a recordar todo esto.

Cuando te diagnostican una enfermedad tan cargada de prejuicios como es el cáncer una puede comenzar a ahogarse en ese mismo instante o puede suspender los juicios, dejarse llevar por las fieras aguas y cultivar curiosidad sobre lo que la realidad ofrece en cada instante.

Algo en mí que recordó alguna impronta de sabiduría ancestral me hizo optar por lo segundo y en el transcurso del viaje he disfrutado de infinitos instantes maravillosos, únicos y fugaces, que superan con creces a otros – infinitos también – de dolor y sufrimiento.

En 2010, aproveché el impulso de este viaje, vencí el miedo y movida por la ilusión de realizar un proyecto diferente, firmé el finiquito en la empresa en la que desarrollé mi carrera profesional durante 14 años.

No había nada malo allí, y la verdad es que me gustaba mi trabajo, pero tras reincorporarme sentí que podía vivir una vida con más sentido haciendo otras cosas.

Tomé el tiempo necesario para formarme en mi nuevo Trabajo (con T mayúscula) y ahora enseño programas de “Reducción de Estrés Basado en Mindfulness – MBSR” según sus siglas en inglés- y de “Programas de Liderazgo basado en la Presencia” a personas e instituciones que desean tomar las riendas de sus vidas y sentirse agentes del cambio que quieren ver en el mundo.

Siento que mi tiempo y energía contribuyen a crear una sociedad formada por personas responsables que lideran conscientemente sus vidas y las organizaciones de las que forman parte.

Espero que mi testimonio sea fuente de esperanza, especialmente para personas que en este momento están siendo engullidas por sus remolinos, y como dice la cita introductoria, decidan enfrentar la situación sin “reaccionar con amargura sino transformando su sufrimiento en fuerza creativa”.

Mi deseo es que mi mensaje ayude a otros a vivir lo que les toque vivir de manera más plena y si este relato puede servir a alguien de inspiración, mi propósito se verá cumplido.

eus3 ana arrabe retiro septiembre 2024 madrid santa maria de los negrales

Ana Arrabé

Fundadora de Eus3 y de Way of Nature Spain. Dirige la Formación de Profesores de MBSR en el Nirakara Mindfulness Institute. Certificación en la enseñanza de MBSR (Mindfulness-Based Stress Reduction) por el Centro Médico de la Universidad de Massachusetts y Certificación como formadora de Profesores de MBSR por el Mindfulness Center de la Universidad de Brown. Profesora de Programas de Mindfulness Interpersonal por la comunidad de Insight Dialogue y Metta. Postgrado universitario en Inteligencia Emocional (UCJC) y miembro de la red Global Mindfulness Collaborative (GMC).

Su visión del estrés como una de las principales causas de sufrimiento en las personas, en las organizaciones y en la sociedad, y su pasión por el potencial virtuoso que ofrece el entrenamiento de la mente son su inspiración en la docencia.

Desde 2010, Ana Arrabé imparte formación, seminarios e intervenciones basadas en mindfulness abiertas al público en general, In Company y en el entorno académico.

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